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jueves, 19 de mayo de 2011

Lago

Toya es el nombre del lugar. Llegamos muy tarde desde Tomakomai, luego de un concierto en un club de jazz que desde el 77 está igual, solo que ya no tiene vecinos, es un edificio de fantasmas.
Un carpintero que durante 3 años recorrió Japón en bicicleta y su mujer nos hospedan. La casa, típica japonesa que bien podríamos encontrar en una película de samuráis, tiene algo especial.
Comprendí el lugar cuando me encontré con el lago. ¡Qué fuerza tienen el agua y el volcán!
Este sitio tiene juventud, vida.
El concierto comenzó pasadas las 7 de la tarde. A modo de presentación y bienvenida un grupo de personas tocaron tambores y bailaron una música africana. Japoneses bailando y tocando son lo más.
El público condiciona el concierto, completan la música. Esta gente sumó y sumó. Bailó al ritmo de las músicas del mundo y se sumergió en mi mundo escuchándome tocar y cantar.
Antes de salir a tocar un chico desde la puerta del camarín me avisó que había luna roja. Luna roja sobre el lago.
Los libros dicen que la música es un lenguaje universal y hoy lo comprobé. Entendí cada palabra y cada nota como nunca. Y la banda sonó muy bien y ya son 7 las canciones que estamos tocando.
Después un chico me sacó a bailar y bailé, ¡increíble! y otro me regaló una vela para iluminar el camino.
Cenamos todos juntos y me tocó hacer el brindis. Me cuesta celebrar ¿por qué no confesarlo? pero ayer sucedió algo fuerte: me olvidé de mí y fui parte de todos, parte de la alegría. En horabuena.

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