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viernes, 26 de agosto de 2011

Sueño

Hoy tuve un sueño muy raro.
Caminaba sola por una feria parecida a la del Parque Rivadavia. De repente escucho que desde un puesto sale una música genial, hermosa y conocida. Me dirijo a la fuente y descubro que es una canción de Rada Rubén cantada por Matsuda Mio. La pieza es realmente genial. Profunda, alegre y sentida, nada mas se le puede pedir a una canción.
Le pregunto al chico que está sentado junto al grabador donde consiguió el disco porque aún no está a la venta y me muestra una cajita de tapa rarísima sin letras ni títulos. Alega tener un “original” en sus manos-podría ser el master- me dice y sonríe.
Su cara la tengo de algún lugar y pensando con fuerza unos segundos me doy cuenta que es el protagonista de un video que muy amorosa y felizmente para mí Perrone Raúl hizo de una canción de Luz de la noche llamada "Nada de vos".
Le digo al chico-yo te conozco- pero parece no escucharme.
Sufro por la desconexión pero no puedo dejar de acompañar la canción con mi voz y el coro que grabó Fattoruso Hugo me llena de alegría. La canción es “Adiós a la rama”.
Termina diciendo: -me despido de las flores, me despido de su olor…-y así me alejo pensando en volver y en ocultarle a mi amiga lo que pasó.
Ella está en Kyoto ahora, visitando a sus padres. Seguramente nunca vendrá a esta feria y yo tampoco.

miércoles, 17 de agosto de 2011

Parte

Enfermedad para mi es sinónimo de soledad. O lo que personalmente necesito.
Seguramente tiene que ver con la infancia o con los modos heredados de nuestras familias.
En mi familia no se celebraba nada y tampoco se sufría. No había lugar para los débiles.
Hoy, recostada en mi cama, me siento mal. El cuerpo está totalmente caído y no hay postura que calme estas sensaciones. Por otro lado, el buen ánimo me guía y acompaña. Es pura ilusión.
Después de leer un rato decidí escribir. En unos minutos debo salir para un programa de radio que me gusta mucho llamado Patologías Culturales y del cual soy oyente. De no ser “la invitada” seguramente lo escucharía acostada y con guitarra en mano.
Es sábado. Hermoso día soleado. Gato acompaña y recibe con alegría que mi cuerpo este quieto. Mi mente, como siempre, corre al pulso maratónico de mis locuras.
Siempre regreso a la misma pregunta ¿como modificar eso que tenemos pegado? Quizá, hacer social mi sentir es imposible pero debe ser más saludable dejar entrar a alguien. ¿No?
Dejarse ayudar o dejarse mimar es el punto. Por ahora no puedo y forma parte de una gran limitación que tengo, una mas entre tantas otras. Escribir sobre esto me ayuda y me expone también pero me juego porque necesito cambiar.
Por la noche vendrán amigos muy queridos a cenar así que debo rebuscármelas para pasar inadvertida aunque su visita seguramente me sane.
Desde aquí puedo ver el cielo. Las nubes pasan, se unen con el viento y me inyectan energía para salir. Quizá afuera mi cuerpo se acomoda. Quizá.

jueves, 4 de agosto de 2011

Foto

Tuve que formatear una compu y borrarlo todo. Me dieron los archivos en un disco rígido y chequeando su contenido encontré un video del concierto que di en Tokio junto a la banda que Tomohiro Yahiro armó para presentar Luz de la noche en Japón.
¡Que alegría revivir ese momento! Colgué una canción en youtube y ahora el que quiera puede transportarse hasta ese instante.

De mi infancia solo conservo 3 hermosas fotos que rescaté de la casa familiar hace tiempo:
Una sola, sentada en un sillón en la terraza y mirando una muñeca (la usé para la tapa de Centro, mi primer disco) y ahora cuelga de una pared de mi casa junto a otras fotos actuales.
Otra con mi hermano mayor a la edad de 2 ó 3 años donde él me apretuja sobre su cuerpo y sonríe mientras que yo pongo cara de mmm, (un gesto inexplicable). Esas sensaciones de placer y displacer simultáneo.
Y la última con mis dos hermanos. Los mayores, vistiendo guardapolvo de jardín y el menor en su cochecito tapado por una mantita blanca.
Yo le doy la mano a mi hermano bebé y estoy parada súper canchera con las piernas cruzadas. Mi hermano mayor, a la izquierda del bebé, parece un modelo de gomina o gel especial para tangueros. Era la época de Guillermito Fernández en grandes valores del tango, un ídolo que hasta hoy permanece en mi consideración y corazón.
Estamos en la puerta de la casa de nuestros abuelos maternos. Un ratito antes de ir al jardín.
La casa, sobre la calle Entre ríos, bella y cálida con flores y árboles. Un gran ciruelo en el fondo que alimentó nuestras tardes de verano. Siempre nos pedían que subiéramos a buscar las mejores ciruelas, que por supuesto estaban en lo alto. ¡Que trabajo riesgoso!
Cuando murió mi abuelo fuimos a la casa con mi hermano mayor y nos quedamos un rato mirando desde el auto.
De niña me sentaba a chusmear desde la ventana del cuarto de mis abuelos. A veces de día y muchas veces de noche. Justo enfrente había un garaje y era lindo observar quien iba y venía (a altas horas más que nada). En este barrio no había mucho movimiento que digamos.
Y esa monotonía era quebrada de vez en cuando por el desfile de los coches fúnebres y su caravana. Así se despedía a los muertos o quizá de ese modo el lugar se desprendía de ellos. Un adiós.
Hubo varios casos tremendos en el barrio y para que no sufriera me mintieron. Siempre he sufrido mucho por todo, desde mi tierna infancia, y no hubiera podido comprender que un vecino murió en manos de la policía cuando intentaba asaltar una joyería. Un vecino muy buena onda.
Esa familia si que era complicada y cargaba con varios muertos, todos hijos de la señora y el señor que era no vidente y gran lector.
No tengo idea si viven o no pero voy a preguntarle a mi tío que si bien reside en otro barrio, siempre está al tanto de las cosas que suceden en la Villa, como él la llama.
Villa Luzuriaga es donde me crié. Un barrio que queda a unas pocas cuadras de Haedo pero que pertenece al partido de La Matanza, con todo lo que eso significa.
Nosotros llevamos a mi abuelo allí, no estaba su cuerpo pero si su alma en la nuestra. Fuimos llamados por la tradición y también por las enseñanzas que recibimos.
Esa ya no era su casa desde hace mucho tiempo pero para nosotros siempre lo seguirá siendo y creo que para él también era así.
Ese silencio que hicimos clavando la mirada y sosteniendo los recuerdos, es inolvidable por su fuerza y tristeza.
Las casas cambian por fuera, se venden, se compran, se reforman pero siempre permanecen iguales en nuestro corazón o en nuestra mente.
Recordamos todo de una manera personal y algo que en verdad era chico lo vemos grande o viceversa. Quizá para eso están las fotos.
Miro otra vez la imagen y creo recordar el aroma del momento.
Mi abuelo tenía otra de este mismo rollo donde yo corría despatarrada con mi guardapolvo-ese mismo que a veces me recuerda quien soy-que me acerca a los niños y me abre el corazón.
El mismo que motivó la canción “El futuro, flOr”. Una mañana me puse el delantal y lloré -yo no puedo ver tanta soledad, tanta indiferencia y vuelvo a empezar. Ese volver a empezar es esperanzador y eso son los niños, la esperanza. Mi esperanza.